
Todas las alabazas son para Al-lah y que la Paz y las Bendiciones de Al-lah sean con nuestro Profeta Muhammad, su familia y sus compañeros hasta el Dia del juicio final.
La dawa no es un dominio exclusivo de eruditos o predicadores a tiempo completo, ni se limita a grandes púlpitos o reuniones públicas. Es, más bien, responsabilidad de todo musulmán, hombre o mujer, comenzando por el círculo más cercano: su alrededor. Familiares, parientes, amigos, vecinos y compañeros de trabajo o de estudios son los que tienen la prioridad, y los más susceptibles al bien y la rectitud que les ofrecemos, porque son testigos de nuestra conducta diaria y experimentan nuestro carácter de primera mano.
Esa dawa es fundamental; la rectitud de quienes nos rodean conduce a la rectitud de quienes están más lejos. Es un llamado práctico con el ejemplo, antes que con las palabras. Es una gran oportunidad para infundir la luz de la guía en los corazones de quienes nos rodean, protegerlos de las dudas y guiarlos hacia el bien. Esta función es tan importante como la difusión pública; De hecho, puede tener un mayor impacto y un efecto más profundo, ya que surge de la confianza y el afecto que nos une a quienes nos rodean.
El Sagrado Corán ha enfatizado la importancia de iniciar la predicación del Islam con nuestros seres queridos. Dios, Enaltecido sea, dice:
“Advierte a tus familiares cercanos.” [El Corán, traducción comentada, Isa García 26: 214].
Este mandato divino indica que los parientes son los más merecedores de ser invitados al Islam y advertidos contra él, porque su rectitud es el fundamento de la sociedad y porque son los que tienen más probabilidades de recibir consejo de alguien en quien confían y conocen. Si los parientes son rectos, esto demuestra la sinceridad de quien predica y la eficacia de su mensaje, allanando así el camino para una mayor difusión.
El Sagrado Corán también ordena a los creyentes cuidar de sus familias y descendencia. Dios, Enaltecido sea, dice:
“¡Oh, creyentes! Protéjanse a sí mismos y a sus familias del Fuego [del Infierno], cuyo combustible serán los seres huma nos y las piedras” [66: 6]. El versículo enfatiza que la responsabilidad del musulmán no se limita a protegerse del Infierno, sino que también incluye proteger a su familia y descendencia criándolos en la fe y la obediencia, invitándolos al bien y prohibiéndoles el mal.
La noble Sunna del Profeta (la paz y las bendiciones sean con él) profundiza en este principio. En el hadiz consensuado narrado por Ibn Umar (que Dios esté complacido con ambos), el Profeta (la paz y las bendiciones sean con él) dijo:
“Cada uno de ustedes es un pastor, y a cada uno se le preguntará por su rebaño. El gobernante es un pastor y se le preguntará por su rebaño, el hombre es un pastor en su casa y se le preguntará por su rebaño, y la mujer es una pastora en la casa de su esposo y se le preguntará por su rebaño”.
Este hadiz establece el principio de la responsabilidad individual dentro del entorno cercano. El padre es pastor de su familia y la madre pastora de sus hijos, y cada uno desempeña un papel en la guía, el consejo y la predicación del Islam mediante la palabra y el ejemplo.
El Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él) inició su predicación del Islam desde su círculo más cercano tras la revelación del versículo:
“Y advierte a tus parientes más cercanos”. Reunió a sus parientes de los clanes Banu Hashim y Banu al-Muttalib y los invitó al Islam, presentándoles sus argumentos, aunque algunos, como Abu Lahab, no respondieron. Sin embargo, su esposa Jadiya (que Dios esté complacido con ella) fue la primera en creer en él y en afirmar su mensaje, convirtiéndose en su mayor apoyo. Esto subraya la importancia del papel de la esposa en el apoyo a su esposo como predicador del Islam. Sus hijos e hijas se criaron bajo su cuidado en la fe y el buen carácter, siendo Fátima (que Dios esté complacido con ella) un ejemplo destacado de obediencia y emulación.
Su predicación no se limitó a su familia inmediata, sino que también incluyó a sus vecinos y compañeros. Fue narrado bajo la autoridad de Anas ibn Malik (que Dios esté complacido con él):
“Un niño judío solía servir al Profeta (que la paz y las bendiciones sean con él). Se enfermó, así que el Profeta (que la paz y las bendiciones sean con él) lo visitó y le dijo: ‘Abraza el Islam’. El niño miró a su padre, que le dijo: ‘Obedece a Abu al-Qasim (el Profeta)’. Así que abrazó el Islam”. El Profeta (que la paz y las bendiciones sean con él) se fue diciendo: ‘Alabado sea Dios, que lo salvó del Fuego’” (narrado por al-Bujari).
Invitar a otros al Islam dentro de nuestro entorno más cercano no es un asunto secundario; más bien, es la base y la esencia de todo el mensaje. Porque cuando estos pequeños círculos se reforman, el círculo de bondad se expande y la rectitud se extiende por toda la sociedad. ¿Reconocemos esta responsabilidad y comenzamos nuestra labor de acercamiento con quienes nos rodean?